Entrevista: José Luis Martí
27 de septiembre de 2020
Jaume Masip es Profesor Titular de Universidad en el Departamento de Psicología Social y Antropología de la Universidad de Salamanca, donde estudió Psicología y obtuvo su doctorado. Lleva más de dos décadas estudiando la detección de mentiras, habiendo publicado un gran número de trabajos científicos sobre el tema, muchos de ellos en prestigiosas revistas internacionales. Ha efectuado estancias de investigación en universidades de Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña, colaborando durante toda su carrera con importantes investigadores del ámbito internacional, y ha impartido conferencias por invitación en varios países. También ha actuado como evaluador de proyectos de investigación para diversas agencias nacionales e internacionales y forma parte del comité editorial de varias revistas científicas. En el año 2015, la European Association of Psychology and Law (EAPL) le otorgó el Mid Career Award por sus logros en el ámbito de la Psicología Jurídica. Su actividad docente se ha centrado principalmente sobre la Psicología Jurídica y la Psicología Social.
Jaume Masip estudia fundamentalmente la detección de la mentira y es un investigador relevante en el panorama científico internacional en este campo. Su labor de investigación desenmascara los mitos y leyendas creados en torno a la capacidad de los humanos para detectar el engaño.
Masip publicó en el año 2005, en la revista Papeles del Psicólogo, uno de los artículos más esclarecedores para el gran público, al enfrentar la sabiduría popular sobre los indicios no verbales del engaño con los hallazgos científicos conocidos hasta entonces, demostrando que NO se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, en contra de lo que asegura el conocido refrán.
A su juicio, la mentira no se refleja de forma unívoca en la conducta, incluso los indicadores válidos para detectarla tienen una relación débil con la mentira. Por lo tanto, no se puede determinar si alguien miente o no observando solo su comportamiento; y tampoco es fácil aprender a distinguir la verdad de la mentira, pues se ha demostrado que el entrenamiento, tal y como se conoce hasta hoy, presenta muchas limitaciones y puede sesgar los juicios.
Ante este panorama, las nuevas propuestas científicas indagan en la búsqueda de alternativas para incrementar la precisión en la detección, referidas básicamente al estudio de la carga cognitiva, la mejora de las técnicas de entrevistas para influir en los procesos ejecutivos del cerebro, la búsqueda de indicadores conductuales y contextuales diferenciadores, y la mejora de la detección indirecta.
Nos dejó claro en su publicación en Papeles del Psicólogo en 2005 «¿Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo? Sabiduría popular frente a conocimiento científico sobre la detección no-verbal del engaño», que la capacidad del ser humano para discriminar entre verdades y mentiras es extremadamente limitada, apenas superior al propio azar, incluso para profesionales para quienes la detección del engaño es una tarea importante en su trabajo. Así pues, ¿qué opina de la escasa aplicación de las conclusiones de estudios científicos en materia de detección del engaño fuera del ámbito universitario?, ¿Cómo cree que se facilitaría ese trasvase de conocimiento a la sociedad civil, ajena en su mayoría, a dicho conocimiento?
Imaginemos un mundo en el cual los científicos hubieran descubierto la electricidad y la lámpara incandescente, pero la sociedad siguiera alumbrándose con antorchas o con candiles de aceite. Un mundo en el que los científicos hubieran descubierto el motor de explosión y cómo fabricar automóviles en serie a gran escala, pero la sociedad siguiera viajando a pie, a caballo y en carro. Un mundo donde los científicos hubieran descubierto el tratamiento de multitud de enfermedades mortales, pero la sociedad les hiciera caso omiso pese a una ingente mortalidad infantil y a una expectativa de vida de 45 años. Absurdo, ¿verdad?
Absurdo, pero cierto. Este mundo existe y es el nuestro. Puede que sí usemos bombillas, coches y que nos beneficiemos de la medicina moderna, pero en otros muchos ámbitos vivimos en ese mundo que acabo de describir. El problema no se limita a las conclusiones de estudios científicos sobre detección del engaño, sino también a muchas otras aportaciones de las Ciencias Sociales. Por ejemplo, sabemos, porque lo avalan multitud de trabajos científicos, qué funciona bien y qué funciona mal en educación, en tratamiento y rehabilitación de infractores, así como a la hora de obtener información de testigos, víctimas y sospechosos de un delito. Sin embargo, seguimos anteponiendo nuestro “sentido común” y nuestras creencias ingenuas frente a los hallazgos de la ciencia. Esto lo hace el ciudadano medio, lo hace el profesional y lo hacen los políticos y legisladores, que formulan propuestas y redactan leyes a partir de corazonadas, de espaldas al saber científico. Recientemente, leía un texto del filósofo Santiago Sánchez-Migallón en el cual se defendía la “política basada en evidencias”. En palabras del autor: “las políticas públicas han de estar basadas en estudios empíricos” y “me encantaría que cada vez que alguien defiende tal o cual cosa, tuviera, necesariamente, que avalarlo con multitud de datos. Y es que no entiendo muy bien por qué razón damos valor a la mera opinión de alguien. No entiendo por qué alguien puede decir algo y avalarlo sólo con la justificación de que es su opinión.”
No podría estar más de acuerdo. Las consecuencias de anteponer la opinión personal frente a la evidencia científica son, regresando a los ejemplos anteriores, sistemas educativos que no funcionan, políticas criminales populistas pero inefectivas (¡y caras!) e inocentes en prisión mientras los culpables siguen libres. Todo ello conlleva costes sociales, personales y económicos considerables.
¿La solución? Creo que en la base del problema está la escasa cultura científica de la sociedad. Hay un profundo desconocimiento sobre qué es la ciencia, cómo funciona y por qué el método científico, sin ser en absoluto perfecto ni inmune a errores, es la aproximación más rigurosa y fiable al conocimiento de la realidad. Es inconcebible que se preste la misma (¡o más!) atención a un charlatán a quien, un día, a la hora de la siesta, se le ocurrió una idea peregrina, que a un veterano investigador que lidera a un equipo de doctores que, a lo largo de años, ha desarrollado y contrastado empíricamente un riguroso procedimiento basado en marcos teóricos sólidos y contrastados.
De modo que, en mi opinión, el remedio es educar a la población: la alfabetización científica. Por suerte, en tiempos recientes, la cultura científica se ha convertido en un valor en alza para los organismos públicos. También para algunos medios de comunicación, que emiten programas de divulgación científica (vaya por delante mi respeto y admiración por los científicos que colaboran con tales medios, desempeñando una magnifica labor al acercar la ciencia a la sociedad). Pero hace falta mucho más esfuerzo, mucho más sistemático y estructurado. Idealmente, a través de la educación formal en escuelas e institutos mediante asignaturas específicas sobre filosofía de la ciencia, el método científico, etc.
En el caso de la Psicología, tanto la ignorancia popular sobre su estatus científico como la proliferación de charlatanes resultan particularmente insidiosas. Por poner sólo un ejemplo, más de un magistrado se ha pronunciado sobre la psicología de la memoria con el razonamiento de que todos tenemos memoria y, por ende, ya sabemos cómo funciona. Pero luego resulta que las creencias populares sobre la memoria (y sobre otros procesos psicológicos) discrepan de los hallazgos de la Psicología científica. Experimentar de primera mano fenómenos psicológicos no nos convierte en expertos en Psicología. También somos seres vivos y esto no nos convierte en biólogos, estamos hechos de átomos y esto no nos convierte en físicos…
Si nos centramos ya en los ámbitos de la comunicacion no verbal y la detección de mentiras, la charlatanería campa a sus anchas. Hay personas, procedentes de contextos ajenos a la Psicología, que se autoerigen en supuestos expertos y ofertan costosos seminarios y talleres sobre “el lenguaje del cuerpo” a profesionales del mundo empresarial o de los cuerpos y fuerzas de seguridad. Ofrecen soluciones sencillas a problemas complejos, y ésta es su baza: al técnico de selección o al policía le interesa una “receta” sencilla para saber si el entrevistado miente. Pero, en algo tan complejo como la naturaleza humana, las fórmulas sencillas no abundan, y las afirmaciones sensacionalistas deberían ser un signo de alerta en sí mismas. Por otra parte, para ser un experto en comunicación no verbal, uno debe tener conocimientos muy sólidos en cognición social, influencia social, relaciones interpersonales, procesos emocionales, procesos de reforzamiento, psicología cognitiva, psicología evolutiva, psicología transcultural, etología, neurociencia… Estos cimientos básicos se adquieren en los grados y masters de Psicología, no en otros lugares.
¿Cómo puede saber ese técnico de selección o ese policía si le están ofreciendo gato por liebre? De nuevo, lo que hace falta es una mayor alfabetización científica de la sociedad. Y, desde luego, atender a las credenciales del ponente: ¿es un científico vinculado a una universidad de prestigio? ¿Es doctor? ¿Cuál es su historial académico? Un nutrido listado de títulos, muchos de ellos no oficiales, en disciplinas ajenas a la Psicología, emitidos por institutos fantasma, puede resultar deslumbrante, pero es fraudulento y no garantiza nada (salvo que hay gato encerrado).
Pese a todo, en épocas recientes, se está produciendo en diversos países, incluida España, un acercamiento entre los ámbitos aplicados, en particular el policial, y la Psicología Jurídica académica. Se trata de colaboraciones muy provechosas para ambas partes y para la sociedad, como atestigua el ejemplo de Gran Bretaña, pionera en este sentido (allí, las sinergias policía-psicología académica vienen dándose desde los años 80 del siglo pasado). Sin embargo, al menos en el caso español, mi impresión es que tales colaboraciones no son un fenómeno estructural, derivado de una cultura institucional de la colaboración, sino fruto del esfuerzo e implicación de personas concretas conscientes de los beneficios de las mismas. Esperemos que el ejemplo cunda y que, en un futuro no muy lejano, estas colaboraciones sean la norma.
Apuesta por entrevistas en las que el entrevistador adopta un papel más activo y no de mero observador de la conducta verbal y no verbal. ¿Podría contarnos alguna técnica de interrogatorio activo que se haya revelado como más fiable?
La evidencia empírica acumulada a lo largo de más de medio siglo demuestra que apenas hay indicios conductuales que las personas mostremos espontáneamente al mentir, que los que existen son leves y que dependen de múltiples condicionantes. ¿Cómo se puede, entonces, saber si alguien miente o dice la verdad?
Una respuesta obvia es buscando pruebas. Y, de hecho, como muestran algunas investigaciones propias y ajenas, así es como la gente suele detectar mentiras en su vida cotidiana: encontrando evidencias, siendo informada de la verdad por terceras personas o, incluso, por el propio mentiroso al cabo del tiempo. Pero ¿qué sucede cuando la policía debe resolver un caso y no hay pruebas materiales, o éstas son poco concluyentes, o hay testimonios contradictorios?
En estos casos, se propone que el entrevistador debe hacer algo para lograr que se manifiesten indicios de veracidad. No basta meramente con observar la conducta del sospechoso pues, como acabo de señalar, es poco probable que este muestre indicios del engaño de manera espontánea. Pero si el entrevistador conoce las diferencias psicológicas entre mentir y decir la verdad, puede llevar a cabo alguna intervención que dé lugar a reacciones distintas en culpables e inocentes.
Veamos un ejemplo para que se entienda: tanto el culpable como el inocente de un delito desean convencer al entrevistador de su inocencia. Pero el culpable posee información sobre el delito de la que carece el inocente. El culpable es consciente de que cuanta más información proporcione, más expuesto estará. Además, inventar datos sobre una coartada falsa requiere imaginación y supone un gran esfuerzo mental. En consecuencia, el culpable estará poco dispuesto a, y tendrá dificultades para, dar mucha información. Por el contrario, el inocente teme que si no da suficientes detalles, la policía seguirá sospechando de él y puede verse en problemas. Y, además, como su narración se basa en la realidad, dispone de estos detalles. Por lo que el inocente querrá y podrá dar información detallada. Ante una entrevista estándar, puede que el relato de ambos sea parco en detalles. Pero un entrevistador consciente de estas diferencias puede pedir al sospechoso que dé tantos detalles como pueda recordar, incluso aquellos que parezcan secundarios o irrelevantes. En estas circunstancias, cabría esperar que los detalles ofrecidos por un culpable fueran menos numerosos, precisos, verosímiles y contrastables que los de un inocente.
Nosotros no hemos trabajado mucho en esta línea, pero durante los últimos quince años ha habido equipos de investigación británicos, suecos y estadounidenses (principalmente) que han desarrollado un arsenal de estrategias activas de entrevista para detectar mentiras. Me preguntas por una que sea fiable. Bueno, una que suele funcionar y que me parece muy ingeniosa es la llamada“técnica SUE” (por las siglas en inglés de Strategic Use of Evidence, que significa “uso estratégico de la evidencia”), estudiada sobre todo por María Hartwig y Pär Anders Granhag. Se puede emplear en casos en los cuales haya alguna evidencia pero que no sea concluyente. Por ejemplo, unas cámaras de seguridad muestran a la ex pareja de una víctima de asesinato cerca del lugar de los hechos poco antes del momento de la muerte. Esta evidencia debe “usarse estratégicamente”. Esto consiste, en primer lugar, en no desvelarla al principio de la entrevista. Se asume que el culpable querrá distanciarse del delito, por lo que, si ignora la existencia de la grabación de las cámaras de seguridad, cuando se le pregunte sobre sus actividades en el momento del crimen se guardará mucho de decir que estuvo en las inmediaciones del lugar donde ocurrió: ¡esto lo haría parecer sospechoso! Así que, probablemente, alegará que se hallaba en otro sitio. Esta declaración contradecirá la evidencia disponible. Por el contrario, el inocente, más dispuesto a dar información y a colaborar en el esclarecimiento de los hechos, y creyendo que si uno es inocente no va a acabar en la cárcel, estará más dispuesto a declarar que estuvo en la zona, aportando, además, una razón verosímil para ello. Al final de la entrevista, se muestra al culpable la evidencia disponible para que explique las discrepancias entre su declaración y la misma.
Dicho todo esto, también hay que ser conscientes de las limitaciones que presentan algunas de estas nuevas estrategias activas de entrevista, así como de la escasez de investigación que las avala. Me preocupa la prisa que suele haber en trasladar al ámbito aplicado ciertos procedimientos en apariencia prometedores, pero para los cuales la evidencia empírica todavía es limitada.
Somos conocedores de que sigue muy interesado en los estudios que se centran en los indicadores verbales del discurso como herramientas para la detección de la mentira, como es el caso del CBCA, ¿puede decirnos qué avances hay en este ámbito?, ¿hay otras herramientas que también resulten fiables dentro de este campo?
En épocas recientes no se está haciendo mucha investigación sobre el CBCA, ni tampoco sobre otra aproximación similar, la del control de la realidad, salvo algunas revisiones cuantitativas de la investigación anterior y algunos trabajos empíricos aislados. Creo que esto se debe, en parte, a un cambio en las prioridades de los equipos de investigación más activos en esta área de investigación. Hace años, estos equipos llevaron a cabo bastantes estudios sobre el CBCA y el control de la realidad. Sin embargo, por razones que sería largo detallar, en épocas más recientes se han centrado casi exclusivamente sobre el desarrollo de esas estrategias activas de entrevista sobre las que me has preguntado antes. Ahora bien, lo cierto es que estas nuevas orientaciones en detección de mentiras se centran, principalmente, en indicadores verbales (como la cantidad de detalles o la plausibilidad de las respuestas). Así que, en cierto sentido, la investigación sobre indicios verbales de la mentira está más viva que nunca.
Por otra parte, y aunque sea un comentario marginal, quisiera resaltar que el CBCA debe usarse necesariamente dentro del marco general de la Evaluación de la Validez de las Declaraciones (SVA, siglas de su denominación en inglés, Statement Validity Assessment). El primer componente de la SVA es una entrevista semiestructurada. No debe usarse el CBCA a no ser que la entrevista se haya hecho siguiendo unas pautas muy concretas. Y estas pautas, además de intentar evitar toda sugestión del recuerdo, pretenden favorecer la aparición de los criterios de verdad del CBCA en las declaraciones de quienes describen un episodio que han vivido, pero no en las de quienes describen hechos no experimentados. De modo que, en la orientación de la SVA/CBCA, el entrevistador también debe adoptar un rol activo, formulando las preguntas de manera estratégica para aumentar las diferencias observables entre sinceros y mentirosos. Esto es exactamente lo que se propone desde esta esta “nueva ola” de investigación sobre el entrevistador activo. La diferencia es que la SVA/CBCA es anterior y se centra sobre probables víctimas en lugar de sospechosos o detenidos.
En cuanto a últimos avances y nuevas herramientas, me gustaría resaltar el llamado enfoque de verificabilidad, desarrrollado por Galit Nahari en Israel. Pensemos en una entrevista policial. Hay un sospechoso que niega su participación en un delito, describiendo una coartada. El sospechoso puede ser inocente (y estar diciendo la verdad) o culpable (y estar mintiendo). Desde luego, el culpable quiere parecer sincero. ¿Cuál es la mejor estrategia para lograrlo? Puesto que su coartada es falsa, el culpable puede optar por la vía fácil: dar pocos detalles sobre la misma. Ahora bien, la ausencia de detalles podría dar la impresión de que miente, por lo que el culpable advierte que le conviene dar detalles. Pero, por otro lado, puede pensar que si da detalles sobre la coartada, entonces la policía puede verificarlos y descubrir que son falsos. ¿Qué hacer ante esta disyuntiva?
Según el enfoque de verificabilidad, es probable que el culpable resuelva dar detalles, pero serán detalles que no se puedan comprobar. En definitiva, según este enfoque, las coartadas verdaderas contendrán más actividades verificables (acciones hechas en compañía de otras personas que pueden corroborarlas, o que dejan algún rastro, como usar la tarjeta de crédito o estar en una zona con cámaras de seguridad) que las coartadas falsas.
Durante los últimos seis años, se han publicado bastantes estudios sobre el enfoque de verificabilidad. Hay datos que sugieren que puede discriminar relativamente bien en los contextos para los que se diseñó (entrevistas a sospechosos). Si bien se enfatiza su posible utilidad en ámbitos aplicados, lo cierto es que todavía carecemos de información sobre sus vulnerabilidades, por lo que sería prematuro emplear este enfoque en casos reales. Actualmente, estamos llevando a cabo un estudio para explorar posibles limitaciones del enfoque en cierto tipo de casos.
En su reciente estudio publicado en agosto de este mismo año, junto con los doctores Deshawn Sambrano e Iris Blandón-Gitlin, sobre cómo las emociones afectan el juicio y la toma de decisiones en un escenario de interrogatorio, nos desvela que, según el meta-análisis sobre los dos experimentos que llevaron a cabo, los interrogadores inducidos previamente a la emoción de la tristeza tenderían más a escoger técnicas de entrevista policial no coercitivas. También concluyen que serían bienvenidos estudios de campo con agentes del orden que examinen su estado de emocional en interrogatorios con sospechosos reales. ¿Cree entonces que podría ser interesante, en casos reales, la realización de alguna prueba a los interrogadores para conocer su estado emocional previo y así no dejarse llevar por el mismo en las entrevistas?
Sabemos muy poco acerca de cómo influyen las emociones sobre muchos de los aspectos que estudia la Psicología Jurídica. Uno de ellos son los interrogatorios y las entrevistas policiales.
En los últimos diez años, se han realizado avances espectaculares en la investigación científica sobre interrogatorios y entrevistas a sospechosos. Si bien hay consenso científico en que es necesario crear una relación positiva (rapport) con el sospechoso para favorecer la provisión de información, el impacto de ciertas emociones concretas del entrevistador sobre sus juicios y decisiones durante la entrevista no se ha estudiado. Es un tema importante, porque los juicios y las decisiones del entrevistador pueden condicionar su conducta (su capacidad para establecer el rapport, su elección de tácticas de entrevista más amigables o más coercitivas, etc.), la cual, a su vez, puede tener un impacto importante sobre la mayor o menor disposición del sospechoso a ofrecer información fiable.
Por lo tanto, con este estudio, más que ofrecer respuestas definitivas, lo que pretendíamos era estimular el interés científico por este tema. Hay razones teóricas, así como evidencias procedentes de otros ámbitos, que sugieren que la tristeza, la alegría y el enfado tienen un impacto determinado sobre los juicios, la toma de decisiones y el procesamiento de la información. Así que entendimos que el primer paso debía consistir en examinar si esto también sucede en el contexto concreto de un interrogatorio policial.
Al ser un primer estudio introductorio, no usamos interrogatorios verdaderos sino un escenario simulado, y nuestros participantes no fueron policías sino estudiantes universitarios (Experimento 1) y miembros de la comunidad (Experimento 2). Lo hicimos así porque, obviamente, resulta menos trabajoso y más factible. Sin embargo, es posible que en una situación más realista entren en juego otras variables que condicionen el efecto de las emociones, o que el entrenamiento, la experiencia, las actitudes, etc. de los policías también ejerzan un impacto. Una vez demostrada la existencia de un efecto en las condiciones artificiales de nuestro estudio, es el momento de llevar a cabo el esfuerzo mayor que exige una investigación más realista para examinar si dicho efecto se replica. Si las emociones influyen sobre los juicios y las estrategias de los policías durante los interrogatorios reales, y si esto afecta a la conducta del interrogado, entonces será el momento de examinar cómo se puede neutralizar esta influencia, así como de hacer recomendaciones específicas para la práctica.
En estos momentos, ¿en qué está trabajando dentro del ámbito de su especialidad sobre la detección del engaño?
Estoy implicado en bastantes proyectos, pero me gustaría resaltar uno en particular. La investigación reciente en detección de mentiras se caracteriza, entre otras cosas, por los siguientes dos elementos: Primero, por su énfasis mayoritario en contextos policiales y/o forenses. Estos contextos tienen un interés indudable, pero son poco representativos de las interacciones cotidianas de la gente. Segundo, por el recurso casi exclusivo al experimento de laboratorio. En el laboratorio, el detector no puede usar ni las estrategias ni los indicios disponibles en el mundo real. Esto implica que muchos de los hallazgos de los experimentos de laboratorio nos dicen más bien poco sobre cómo se detectan las mentiras en el mundo real.
A la vista de esta situación, hace ya unos años decidimos iniciar una línea de investigación para explorar cómo la gente común detecta las mentiras que se dan en sus interacciones cotidianas. Hemos completado algunos estudios que han arrojado resultados muy interesantes y, en breve, una doctoranda va a defender su tesis doctoral sobre este tema.
Pensando a lo grande, ¿qué proyecto, estudio o colaboración le gustaría abordar a futuro?
Pues es una pregunta que nunca me he planteado, por lo que me resulta difícil responder. No suelo pensar a lo grande y soñar con magnos proyectos; la inspiración normalmente me llega al leer algún trabajo donde queda algún cabo suelto, al charlar con colegas expertos en mi área de investigación o al confrontar los conocimientos con la práctica de los profesionales.
Actualmente es usted profesor en el Departamento de Psicología Social y Antropología de la Universidad de Salamanca. ¿Qué fue lo que le animó, en primer lugar, a estudiar Psicología, y en segundo lugar a trabajar en una universidad de tanto prestigio?
Mucho me temo que las respuestas van a ser muy prosaicas y, por ende, algo decepcionantes. Quise estudiar Psicología porque, como quizás les suceda a otros (post-)adolescentes, quería entenderme mejor a mí mismo. Ya no recuerdo si alguna vez logré entenderme, pero al menos dejó de preocuparme la cuestión (consecuencia, creo, de hacerme mayor y no de haber estudiado Psicología). Y trabajo en la Universidad de Salamanca por inercia: me licencié en esa universidad, me doctoré en la misma y tuve la fortuna de poder acceder a sucesivas plazas de profesorado en ella.
La siguiente pregunta es obligada: ¿qué le animó o cuáles han sido sus motivaciones para especializarse en el estudio de la detección de la mentira?
De nuevo, respuesta prosaica: pura serendipia. A lo largo de la licenciatura se fue despertando mi interés por la comunicación no verbal. Me fascinaba cuánto podemos emitir y recibir a través de los canales no verbales sin ser apenas conscientes de ello. También me gustaba mucho la Psicología Social y tenía claro que quería dedicarme a la investigación. De modo que, al terminar la licenciatura, me planté en el despacho de Eugenio Garrido, el entonces entusiasta catedrático de Psicología Social y, sin duda, mi profesor favorito de la carrera, y le dije que me gustaría que me dirigiera una tesis doctoral sobre algo relacionado con la comunicación no verbal. Me dijo que acababan de empezar un estudio sobre detección de mentiras y que me podía hacer cargo del mismo si quería. Y hasta hoy.
Es usted el investigador español de mayor prestigio en el estudio de la detección de la mentira y, sin duda alguna, el referente para los que nos dedicamos al estudio científico de la comunicación no verbal y la detección de la mentira también a nivel internacional, pero cuéntenos, ¿cómo es el día a día de un profesor con una especialidad tan atractiva?, ¿cómo es el primer día de clase con sus nuevos alumnos?
El día a día suele ser frenético, los días muy largos, y los puentes y buena parte de las vacaciones se convierten en una oportunidad para “sacar adelante” cosas pendientes. Quienes no se dedican profesionalmente a la universidad no se imaginan la cantidad de tareas y responsabilidades docentes, de investigación y de gestión que entraña este trabajo. Claro que poder dedicar tiempo a leer e investigar sobre aquello que le apasiona a uno es extremadamente satisfactorio, pero esto no exime de tareas fastidiosas, de obligado cumplimiento, que le ocupan a uno buena parte de la jornada. En mi experiencia, es raro que un investigador activo y productivo no trabaje bastante más de las 40 horas semanales. Además, en el contexto universitario y científico, los niveles de exigencia son extraordinarios. Dos ejemplos: es normal que a uno le rechacen artículos científicos (muchas revistas rechazan más del 80% de los trabajos que reciben) y que desestimen sus solicitudes de financiación. Esto puede producir frustración y desencanto en los investigadores nóveles, a quienes hay que enseñar a que “resistan” y no tiren la toalla.
Con esto no quiero decir que la vida de un investigador sea un infierno, ni mucho menos. Para mí, el infierno sería un trabajo anodino, repetitivo y que no entrañara reto alguno. La investigación, si te gusta, produce muchas satisfacciones. Pero también es cierto que es dura. Es un trabajo vocacional: te tiene que gustar.
En cuanto al primer día de clase con mis nuevos alumnos… Bueno, no se lo digáis al alumnado, pero, después de más de veinte años dando clase, el primer día del cuatrimestre me siguen temblando las piernas.