Autora: Sonia El Hakim
12 de abril de 2020
La crisis sanitaria de la COVID-19 ha afectado ya a la forma en que nos relacionamos a nivel de comportamiento no verbal. De forma específica, en tres canales no verbales expresivos: el canal háptico, que es el del tacto, el canal de la proxémica, que estudia nuestro movimiento y distancias en interacción, y también el canal de la cronémica, el de los tiempos. De hecho, nos estamos acostumbrando ya a las largas colas en los supermercados. Pero me voy a centrar en los dos primeros.
El canal del tacto es el vehículo transmisor del afecto por excelencia. Sin tacto, la afectividad se ve muy dañada. Tengo que deciros que nuestro contexto es muy diferente del de otros países, pero muy parecido al de Italia. Porque ambos países somos culturas de alto contacto. Es decir, nos tocamos más y mantenemos, por tanto, unas distancias más cortas que en Estados Unidos o Alemania, por ejemplo.
A nivel personal y profesional, llevamos semanas, incluso antes del confinamiento, sin abrazar a nuestros padres, evitando saludarnos con dos besos, manteniendo unas distancias con todo el mundo muy superiores a las que estamos acostumbrados, evitando por supuesto dar la mano en entornos profesionales, y, en definitiva, cambiando nuestras relaciones hápticas. Y esta deprivación del tacto afectivo que estamos sufriendo, ¿tendrá consecuencias? Para los que estamos pasando este confinamiento acompañados, con hijos, pareja o familiares, seguramente no, porque entre los que estamos conviviendo, sí que mantenemos ese contacto físico positivo. Pero las investigaciones que se han hecho en otros contextos en los que se producía una deprivación del tacto afectivo arrojan unos datos demoledores: niveles más altos de agresividad, menor autoestima y más tendencias depresivas. No hay más que fijarse en los japoneses. Ellos viven en una cultura de bajo contacto, de hecho, no se tocan fuera del hogar, como lo que estamos viviendo nosotros ahora. Y, además, mucha gente vive sola en las grandes ciudades. Así que, ¿a quién se abrazan esas personas? ¿Con quien cubren esa necesidad de tacto afectivo? Pues justamente es en Japón donde se inventan muchos de los gadgets que tratan de suplir esa ausencia de tacto afectivo, como maniquís o cojines que te abrazan.
Cuando la crisis de la COVID-19 pase, creo que nos costará un tiempo volver a nuestras antiguas costumbres, porque seguiremos con miedo al contagio durante un tiempo. Eso va a empobrecer nuestras relaciones personales. En el plano profesional, vamos a poder llevarlo mucho mejor que en plano personal, que es donde buscamos fundamentalmente el afecto. Mantener algo más de distancia con compañeros de trabajo, clientes…, o no dar la mano en contextos formales no nos va a provocar un gran sufrimiento. Pero sí va a cambiar una característica del comportamiento no verbal: el automatismo y la eficiencia cognitiva. Esta característica se refiere al hecho de que la mayoría de nuestro comportamiento no verbal se produce de forma automática, tanto la emisión, lo que hacemos nosotros, como la recepción de señales no verbales de los demás. Ese automatismo nos permite tener una eficiencia cognitiva, porque no necesitamos dedicar muchos recursos mentales a lo no verbal. Y eso nos permite concentrarnos en otras cosas. Pero estar constantemente pendientes de las distancias que guardamos con los demás y estar pendientes de que no se nos acerquen más de la cuenta, estar pendientes de omitir el tacto en nuestras relaciones, nos genera cierta ansiedad, cierto nivel de estrés. Y, por supuesto, se pierde ese automatismo del que hablaba y por tanto la eficiencia cognitiva, pudiendo llegar incluso a afectar a nuestra productividad en determinados contextos.
En el largo plazo, creo que el impacto no verbal de esta crisis se diluirá en el tiempo, como lo ha hecho ante otras crisis sanitarias a lo largo de la historia. Ojalá llegue pronto y podamos volver a ser una cultura de alto contacto, que forma parte de nuestra esencia, de nuestro carácter alegre y abierto. Y, para acabar, si ampliamos un poco más el foco, más allá de las repercusiones del coronavirus, mi predicción es que el comportamiento no verbal se está extendiendo hacia el entorno digital. Ya no sólo tenemos interacciones cara a cara, sino que nos comunicamos tecnológicamente de muchísimas maneras. Y, de hecho, ya se están investigando cosas como por ejemplo con qué rasgo de personalidad se asocia el tiempo que tardamos en contestar los whatsapps, o las implicaciones a nivel de personalidad que tiene la sobrexposición en Instagram, o cosas tan normales ya como hacer entrevistas de trabajo o reuniones a través de videoconferencia. Así que, para acabar, me quedo con esta reflexión: la era tecnológica, lejos de desplazar al estudio del comportamiento no verbal, lo está ampliando hacia contextos digitales que antes no teníamos. Así que estamos ante todo un campo de investigación y formación interesantísimo.