Autor: José Luis Martí
16 de noviembre de 2020
«Tocar a una persona puede ser más significativo que mil palabras»
Van Manen (1998)
Tal y como hemos podido leer en el artículo «La importancia del tacto afectivo» en el apartado “¡No me digas!” de nuestra revista, el sentido del tacto no sólo es fundamental para nuestro desarrollo personal y social, sino que es vital para nuestra propia supervivencia.
El tacto, que los expertos en comunicación no verbal incluimos dentro de lo que denominamos háptica o canal háptico, proviene del griego háptikos, que significa relacionado con la capacidad de tocar, y es uno de los grandes desconocidos de la comunicación no verbal y, sin embargo, uno de los más potentes ya que está especializado en la codificación de las propiedades de la materia como la dureza, la textura, la temperatura y el peso de los objetos (Klatzky y Lederman, 1987).
Tal es su relevancia que el tacto se convierte desde que nacemos en el primer medio de comunicación que poseemos, de ahí la importancia, por ejemplo, de poner a los recién nacidos piel con piel en el pecho de sus madres.
En este artículo vamos a tratar un reciente estudio publicado en el Journal of Nonverbal Behavior en 2020 que analiza si los humanos ajustamos la velocidad con la que acariciamos dependiendo de la relación que tengamos con la persona con la que interaccionamos.
Así pues, ¿crees que la velocidad con la que acariciamos es relevante?, ¿sientes curiosidad? Para descubrirlo te invitamos a que sigas leyendo nuestro artículo.
En el estudio, y de ahí su relevancia, se introduce que las caricias juegan un papel crucial en la vida de todos los mamíferos y es una herramienta para establecer y mantener los lazos sociales. Una observación de 44 especies de primates mostró que los animales pasan mucho más tiempo acicalándose que lo que la pura higiene requeriría (Dunbar 1991). Al transmitir una gama de emociones que van desde la ira hasta el amor, el toque afectivo es también un aspecto central de las interacciones humanas no verbales (Hertenstein et al. 2006).
El contacto interpersonal, como un abrazo de un amigo o el cariño de un amante, puede aliviar efectos negativos del estrés (Ditzen et al., 2007).
Otro estudio encontró que la calidad del contacto social entre las parejas se asocia positivamente con la satisfacción de la relación (Willis y Briggs 1992). Además, un examen actual describe que el tacto afectivo mejora el bienestar relacional, psicológico y físico al reducir el estrés diario y los cambios relacionales y cognitivos, así como neurobiológicos (Jakubiak y Feeney 2017).
En otros estudios recientes se encontró una fuerte relación entre la zona del cuerpo que permitimos que sea tocada por otros y la cercanía emocional entre el que acaricia y el que recibe (Suvilehto et al. 2015).
Es decir, el contacto interpersonal puede influir en el comportamiento social de las personas (por ejemplo, en las relaciones estables, emocionales o románticas) (Gallace y Spence 2010).
Por ello, y teniendo en cuenta estudios precedentes, el que nos ocupa formula tres hipótesis. La primera, que los humanos usamos velocidades de acariciamiento más lentas cuando acariciamos a otros humanos que cuando acariciamos un objeto. La segunda, que la relación con la persona receptora del tacto modera el comportamiento del tacto interpersonal, Es decir, que los humanos usamos velocidades más lentas para acariciar a las personas con las que la relación es cercana que para las personas con las que tenemos menos o ningún vínculo emocional. La tercera hipótesis plantea que la velocidad de la caricia está influenciada por la relación con el receptor de tacto, pero no por la preferencia individual de la velocidad de la caricia optimizada por las aferentes C-táctiles, que son un subgrupo de fibras C no mielinizadas, de conducción lenta y de bajo umbral que inervan la piel peluda de los mamíferos (McGlone et al. 2014). Esta última hipótesis no la trataré en este artículo de comunicación no verbal ya que tiene un mejor desarrollo en el ámbito de la neurobiología.
En este estudio, se examinaron 60 participantes (29 hombres, 31 mujeres, de 18 a 32 años, con una edad media 23,3 años reclutados en grupos de tres: una pareja heterosexual y un buen amigo suyo. Por lo tanto, cuarenta de los participantes fueron examinados junto con su pareja, y 20 participantes más llegaron como buenos amigos de una pareja.
A cada participante se le pidió que acariciara diferentes receptores en un orden aleatorio. Instalamos cuatro receptores humanos (personas) que variaban en su cercanía emocional al acariciador, y dos receptores no humanos (un brazo artificial y una mesa), con el fin de controlar el ritmo individual del movimiento de acariciar. Por lo tanto, los participantes acariciaron: a) su pareja, b) su amigo, c) una mujer desconocida, d) un hombre desconocido, e) un brazo artificial, y f) una mesa. Naturalmente, el amigo no acarició a la pareja, porque no trajo una. Sin embargo, el amigo acarició a un amigo y a un extraño, el brazo artificial y la mesa. Por lo tanto, cada miembro de la pareja acarició los seis objetivos y cada persona que entró como amigo acarició cinco objetivos (todos, excepto la pareja).
La velocidad de las caricias fue significativamente distinta dependiendo de la relación del sujeto que acariciaba con el que recibía la caricia, dándose la casuística de que los receptores no humanos (el brazo artificial y la mesa) de las caricias siempre fueron acariciados más rápidos que los receptores humanos (personas). Así pues, el receptor humano, que fue acariciado más rápido, fue acariciado significativamente más lento que el brazo artificial y este a su vez fue acariciado significativamente más lento que la mesa.
El estudio refleja que la velocidad de las caricias está significativamente relacionada con las personas que previamente habían sido calificadas como atractivas, simpáticas y con cercanía emocional, pero no así con aquellas que fueron calificadas con el atributo de la confianza. Así pues, las personas calificadas como más atractivas, simpáticas y emocionalmente más cercanas fueron acariciadas más lentamente.
Por lo tanto, el estudio también confirma la segunda hipótesis de que el vínculo emocional entre el que acaricia y el que la recibe influye en la velocidad de la caricia.
Los resultados apoyan la hipótesis de que las personas acarician a sus parejas con un propósito.
No obstante, el estudio de laboratorio tiene una validez externa limitada, y por lo tanto no es totalmente generalizable a las situaciones de la vida diaria. No está claro cómo la velocidad medida de las caricias se transfiere a las situaciones de tacto diarias. Por lo tanto, se justifican los estudios de observación de campo que examinan las caricias interindividuales en condiciones naturales. Otra limitación se refiere a la evaluación de la relación interpersonal. Una relación interpersonal no se explica completamente por las variadas capacidades de atracción, cercanía emocional, confianza y simpatía. Otros aspectos moderadores, como la satisfacción de la relación, también pueden mediar la velocidad de las caricias.
En conclusión, el estudio apoya la idea de que el comportamiento interindividual del tacto está influenciado por la calidad de la relación, en particular, por la simpatía y potencialmente por la cercanía emocional y la atracción entre el acariciador y la persona acariciada.
Como resumen, y de especial relevancia para la práctica de las relaciones personales en el día a día, me quedo con no dejar pasar la oportunidad de acariciar a las personas que me son queridas tomándome todo el tiempo necesario para que sientan que son especiales para mi.
Abraza, besa, acaricia, siente y haz sentir.
CRÉDITOS: Artículo basado en la siguiente publicación científica: Strauss, Timmy & Bytomski, Anika & Croy, Ilona. (2020). The Influence of Emotional Closeness on Interindividual Touching. Journal of Nonverbal Behavior. 44. 10.1007/s10919-020-00334-2.
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